Conocí a Julián en el año 2011 mientras un grupo de activistas y yo acampábamos en la entrada al senado de la República de la Ciudad de México. Nuestra bandera: “Reforma Política YA”. En el ambiente había una cierta efervescencia de cambio. Las marchas lideradas por el poeta Javier Sicilia, marchas por la paz, por la justicia y por la dignidad, le daban voz a las víctimas del caos que se vivió durante 6 años enfrentado al fuego con fuego. Al igual como lo seguimos viviendo en el presente, había victimas de la violencia en gran parte de los estados de la república y una falta de herramientas de participación para el ciudadano común y corriente. Consulta popular, iniciativa ciudadana, candidaturas independientes, reelección de legisladores y presidentes municipales y revocación del mandato, eran los puntos que se buscaban aprobar con esa Reforma. Paralelamente, en las calles, el poeta buscaba la presión necesaria para impulsar una agenda ciudadana que protegiera a la victimas. Cuando la marcha llegó a la Ciudad de México, Julián venía con ella como uno de sus líderes. Recuerdo la noche que se acercó a nuestro campamento. Un tipo sencillo, de camiseta blanca y pantalones de mezclilla. Siendo honesto, en ese campamento yo era el más ignorante en cuestiones políticas y sociales, y no sabía de quien se trataba. Los demás parecían emocionados por su presencia. - ¿Quién es ese güey?-, pregunté. – Julián LeBarón cabrón-, me contestó un amigo con tono de obviedad. Se sentó en una de las sillas del campamento y charló con Tatiana Clouthier, quien también nos acompañaba esa noche. Luego, nos pidió el permiso para leernos lo que sería su discurso el próximo día en la marcha junto al poeta. Terminarían en la entrada al edificio de los pinos y frente a los medios, compartiría su potente mensaje - testimonio una vez más, que venía cargando consigo desde Casas Grandes, Chihuahua, el hogar que lo vio nacer-. Parafraseando a Julián, leyó a grandes rasgos sobre el empoderamiento ciudadano, sobre la tragedia del pueblo mexicano en espera de un Quetzalcóatl que arregle todos nuestros problemas. Luego, enfáticamente recalcó: - Ese Quetzalcóatl que todos estamos esperando vive en cada uno de nosotros mismos -. Su tono era como el de alguien que sabía que lo escuchaban con atención. Hablaba como solamente se puede hablar cuando lo haces con el corazón roto, honesta y valientemente.